
Lo primero que me encontré al cabo de unos minutos de comenzar la obra es que Patricia Conde ya no figuraba en el elenco, y había sido sustituida semanas atrás por Beatriz Rico. Cara de póker. No es que me muera por ver a la televisiva Conde -aunque algo de curiosidad tenía de ver cómo se desenvolvía en la escena-, pero me molesta que me la hayan colado, porque me parece indignante que no se avise de esto al comprar la entrada por Internet. Hoy mismo vuelvo a acceder a entradas.com y sigue saliendo la foto y el nombre de Patricia Conde. En fin, indignante.
Pero bueno, olvidado pronto este ligero agravio, me dispongo a disfrutar de la obra, y por qué no, reírme un rato. Sin embargo a mí Los 39 escalones me han producido un amargo sabor de boca. Me han dejado con esa sensación de probar un plato nuevo, y dices por cortesía: “sí, vaaa, no está mal…”, pero estás pensando para ti mismo: “no creo que vuelva a pedirlo”. Es una obra entretenida en muchos trayectos del viaje, con esporádicas risas, pero enormemente aburrida y repetitiva en otros instantes para mi gusto. Y una cosa no compensa la otra. Los actores no están mal, no. Y además su esfuerzo por llevar a cabo el género del absurdo es muy encomiable. Cómo no valorar las 1.000 transformaciones de Diego Molero y Gabino Diego. Por supuesto. Cómo no valorar el formidable juego de luces. Sí. Pero el sabor final, tras saborear a fondo y apurar la copa de vino, no es muy grato.
Ahora bien. Esta obra es la típica que o gusta bastante o no te gusta nada. No creo que nadie se quede a medias. Es como las pelis que parodian otras tipo Scary Movie o Agárralo como puedas. Hay quien les encanta y sale a carcajadas del cine recordando con los acompañantes todos los gags, y hay quien las aborrece y les parecen estúpidas. Para gustos, colores, como se suele decir coloquialmente. Así que tú decides. Quizás te encante. Quizás no.