martes, 13 de julio de 2010

La Copa del Mundo en mis manos


A estas alturas, a martes 13 de julio por la tarde, el que no sepa que la Selección española de fútbol se proclamó hace dos días campeona del Mundo es que no vive en España o que está aislado en una cabaña sin contacto con el exterior. El éxtasis que ha provocado la victoria de La Roja en una afición sedienta desde hace décadas del ansiado título mundial en el deporte rey ha paralizado al país entero. Nos merecíamos celebrar algo así y lo estamos disfrutando por todo lo alto.

Nunca olvidaré este mundial. Después de perder el primer partido de la fase final (algo inédito para un campeón) y de los nervios en los partidos posteriores, sobre todo con el de Paraguay de Cuartos, nunca olvidaré la gran final. Madrid fue el domingo durante todo el día (como imagino que toda España) una ciudad que sólo vivía para la final. Desde por la mañana la gente sólo pensaba en el partido. Los exteriores del Bernabéu colocaban puestos de camisetas, gorras, banderas…. Todo el mundo quería ir de rojo. Los coches, los balcones, las personas lucían banderas nacionales, los periódicos tintaban sus páginas con los colores patrios, las televisiones y radios se volcaban con especiales previos a la gran cita. Por la noche, la ciudad (y España) se concentró durante más de dos horas en contemplar el partido de sus vidas. Hubo tensión, nervios, buen juego por momentos. Patadas y juego sucio por otro. Un árbitro inglés para olvidar. Un gol para enmarcar. Un pitido final para recordar. Una victoria para la posteridad.

La fiesta se prolongó a altas horas de de la madrugada. El entusiasmo me llevó a bajar con unos amigos por una Castellana atestada de gente para llegar a Colón y el Paseo de Recoletos. Imposible llegar a Cibeles. Ni falta que hacía. Las calles hervían. Los cánticos resonaban en mi cabeza. ¡Campeones del Mundo! ¡Qué bonito suena!

Ayer, Madrid se volvió a lanzar a la calle, esta vez para homenajear a los campeones que recorrieron la capital en un autobús descapotable. Prácticamente todas las televisiones se apuntaron al carro de la Selección. ¿Quién no vio anoche, aunque fuera en un zapping, a Pepe Reina reinando en el escenario del Manzanares?

Para completar la borrachera mundialista y rojigualda, esta mañana al llegar al trabajo me he encontrado, como el que no quiere la cosa, que a escasos metros de mí estaban Vicente del Bosque y Ángel María Villar con la mismísima Copa del Mundo. Tras felicitar y estrechar la mano de Del Bosque, no pude contener acercarme a la copa y tocarla, como el que toca el cielo. Por allí lanzaron unos flashes, y encima me llevo una foto de recuerdo. ¿Qué más se puede pedir? No sé. Quizás ganarle a Brasil la final de su Mundial en 2014 y poder asistir al campo. Por soñar que no quede. Hay sueños que se hacen realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario